De cómo un cambio superficial puede llegar a uno más profundo

Prometí en mi blog de Tumblr que sacaría conclusiones. Aquí están.





Cambiar de color de pelo me ha servido como experimento social y también personal. Además porque, hasta cierto punto, el comportamiento humano me resulta fascinante. Es en general un aspecto inseguro sobre sí mismo. De todas maneras la forma de hacer que éste se torne a favor de uno (sin importar si es negativo o positivo) es dándole un detonante. Y yo, inocentemente, convertí a mi pelo en la excusa para que aquellas frágiles mentes que me rodean me regalaran lo mejor (y lo peor) sí mismas. Además, me di cuenta de mis propias reacciones al respecto.

Mi intención con decolorar mis rojas cabelleras no era otra que un cambio necesario. Lo quería hacer ¡y hace tanto! que, a punto de culminar mi etapa de pregrado me lancé a los brazos del rosa pastel y dije, you know what? si no lo hago ahora, no será nunca. Entonces lo hice. Y uno sabe. Uno sabe que la gente hablará y comentará y lo que sea. Y dije, pues qué me importa. Y fue así, y es así. Hasta que me di cuenta que, habiendo un patrón de comportamiento, en efecto no me debería interesar a mí por lo que digan de mí, sino por lo que cada uno dice de sí mismo con lo que dice de mí. Además porque no me molestaba en absoluto lo que la gente me dijera, al contrario, me daba pie para observarlos. Y me encantaba hacerlo. Y entre más negativo, mejor.

Pues bien, mi conocimiento se limita a un par de cosas que he leído sobre comportamiento humano. Si esto lo hago es por mera curiosidad. Académicamente, no estoy calificada para estudios sociológicos avanzados, por ende las conclusiones que saqué aquí son bastante subjetivas, obtenidas del patrón en comportamientos similares, en dos personas o más. No hice una clasificación de sujetos por sexo, edad, nivel de educación, entre otros; porque esa parte no me importa.

Cuando decidí dejar de ser redhead me tocó investigar bastante. Me tomó unos meses decidir qué procedimiento era el mejor para mí, por lo que, finalmente, las vacaciones de julio fueron el tiempo elegido. En vacaciones no veo a mucha gente además de mi núcleo familiar, que se redujo a papá y mamá, quienes fueron los primeros en ser testigos del cambio. Papá y mamá me conocen. Saben que esta clase de cambios se me dan desde los catorce años y además estaban advertidos. Antes del cambio les recordaba todos los días lo rosa que iba a ser. Además de no sorprenderse me apoyaron.

Con mis mis padres vi a algunos amigos y familiares. Sus opiniones, hasta este punto, me daban igual. Me decían que me parecía a una muñequita, recuerdo; que si era peluca, preguntaban y los famosos ¿por qué? de los que hablaré más adelante. Otros no decían nada, he de suponer que por la costumbre al cambio.

Mi curiosidad hacia la gente llegó cuando comenzó de nuevo mi rutina universitaria. Y es que, a pesar de que ha disminuido la población de personitas conocidas por este ser rosado, aún existen individuos a los que saludo. De lo siguiente solo debo decir que a pesar de parecer indignada solo me divertía con una opinión propia para cada situación, pero ha sido una experiencia que me ha enseñado mucho.

  1. Mi primera impresión de todo esto es que a las personas nos encanta dar opiniones que nadie nos ha pedido. Sean buenas o malas. Es como si algo nos dijera que si alguien cambia es por uno, y así no es. Y como lección me queda no comentar cuando alguien no ha pedido mi opinión, que es un comportamiento bastante, bastante complicado porque es casi que inconsciente.
  2. La gente no es mala. La gente solo opina, porque lo sienten como un deber. El problema es cuando esa opinión es negativa, porque no saben como decirla. Halagar a alguien es muy fácil porque se va a sentir bien y sentirse bien es un fin humano, según Aristóteles. Cuando la gente siente por deber que tiene que expresar su opinión y esa opinión no es buena, igual lo dicen y de la mejor forma que puede, que, a veces, no es la mejor forma en la que deberían. En mi caso no me afecta, pero me di cuenta que si no te sientes seguro de ti, o de tus cambios, las opiniones ajenas te pueden golpear. Pero la gente no es mala, es solo bastante convencida de que requieres de su opinión para vivir. Lección: Si no hay nada bueno por decir, entonces no decir nada.
  3. A partir de lo anterior, no solo hay que esperar reacciones ante tu pelo, sino, reacciones ante lo que les respondas sobre sus propias opiniones. Me parece algo gracioso responder sarcásticamente, sobre todo cuando la respuesta es negativa. Y adivinen qué: ¡En la mayoría de los casos se sienten ofendidos! Y esto es algo que no entiendo, te dicen algo no muy bonito y esperan que no te enojes, pero si respondes lo mismo ¿por qué se tienen qué enojar ellos? ¡No los entiendo! Lección: No tomarme las cosas de forma personal.
  4. Cuando la gente no sabe qué decir (porque, insisto, es como si tuvieran la obligación de hacerlo) te pregunta que porqué te hicste el cambio. ¿Por qué, por qué, por qué? No sé ¿te cuento mi vida, nos tomamos un café? Por qué. Y con un gran PORQUE SE ME ANTOJÓ no les basta, así sea la verdad. En ocasiones solo quedan tranquilos si les respondes con una elaborada respuesta inventada. Insisto, si uno recurre al sarcasmo se ofenden. Lección: Tratar de hacer preguntas inteligentes. Los porqués ante las decisiones personales no son muy inteligentes.
  5. ¿Por qué putas quieren TOCAR mi pelo? Odio que se sientan con licencia para hacerlo como el ser humano racional y tolerante que soy (NOT) (A diferencia de las opiniones, esto sí me afecta). Entonces les pido el favor que no lo hagan y les cuento la historia de aquella vez en que, inconscientemente le zampé un puñetazo a alguien por hacerlo (juro que fue sin querer, acción-reacción). Pero entonces no les basta con verlo. Tienen que tocarlo. Me salieron más curiosos que esta socióloga wannabe. Lección: Antes de hacer algo que incluya la presencia de otra persona hay que preguntar. Por más confianza que se tenga.
  6. A donde fuere, tenía que escuchar conversaciones sobre pelo. Yo prefiero no hablar de lo que me gusta de forma insistente e intensa porque empiezo a generar un odio profundo hacia ello, como el ser racional y tolerante que soy (NOT, de nuevo. Por eso odio con toda mi alma que me hablen de Sherlock, Breaking Bad o Game Of Thrones últimamente). Pero donde llegara este ser y su pelo rosa la gente empezaba de hablar sobre pelos, tinturas, cortes, y otragenteconelpelomuylindo. Y como a la octava conversación de lo mismo, me aburrí de lo monotemática que puede llegar a ser la gente (como a la segunda, en realidad). Lección: A pesar de que siempre lo evito, me insisto a mí misma que no debo hablar de los mismos temas. Sobre todo cuando es para criticar. Sobre todo cuando no hay algo positivo por decir.
  7. Para estos cambios tan drásticos hice una investigación exhaustiva, ya que puede ser corrosivo para mi pelo. Me hago tratamientos para que no se arruine, me lo lavo poco y nada de plancha y nada de secador. Tengo el pelo mucho más saludable que incluso desde antes de decolorarlo y algodóndeazucararlo. Se daña, porque es un proceso químico, es natural. La gente va a insistir en porqué haces esas cosas. Que arruinas tu pelo. Blah. Me sorprendió escuchar esto de gente aparentemente inteligente, que en mi percepción solo hablaría así después de hacer las preguntas pertinentes. Lección: No incumbir en las decisiones de otras personas. Si no es mi asunto, si no sé nada, mejor no comentar. Mejor hacer preguntas (inteligentes) antes.
  8. No solo te van a dar su opinión que no pediste, el combo vendrá incluído con consejos que no quieres. Es lindo porque se preocupan por tu bienestar y el de tu pelo pero ¿y si no los quiero y no los necesito? Lección: Si la gente no pregunta por consejos, es mejor no darlos. En todos los sectores de la vida. A veces la gente no los quiere (he caído en esto tantas veces que me alegra saberlo de mí misma. Tengo tanto que aprender...)
  9. Además de la gente que conoces, la gente que no se quedará viéndote en cuando tu presencia aborde su alcance visual. No hay salida en la cuál la prudente gente de esta hermosa ciudad no me clave los ojos. No sé si sea la intención subir tu ego con su atención desmesurada o hacerte sentir incómodo. Lo que me sorprende no es que se queden viendo sino que ¡no sepan disimular! Ni siquiera se me ocurre qué pensar de ello. Al principio, efectivamente no sabía cómo reaccionar. Luego me quedaba viéndoles de la misma manera (y están los que voltean la mirada con la poca dignidad que les queda y los osados que se quedan viéndote igual). En una ocasión le pregunté a alguien que si le podía ayudar con algo. No dijo nada y se fue. Lección: Don't. Stare. At. Anyone. Nadie merece tanta atención, nadie merece mi atención. Pero tampoco la gente no merece sentirse incómoda por curiosidad. Y si hay algo que ver, se disimula.

Y así, aprendo todos los días de la gente. Con este ejercicio me di cuenta que muchas veces yo misma he caído en tantos errores similares que me disculpo con quienes he ofendido sin querer. Ha de ser por eso que a mí me da bastante igual puesto que entiendo que la gente no es mala (o eso es lo que quiero creer), es solo un poco imprudente, despistada. Además, me di cuenta que muchas cosas empiezan por la actitud personal, que hay que reforzar la tolerancia viendo las situaciones desde distintas perspectivas porque lo que menos quiero hacer es caer en errores comunes (ni que fuera castaña). Algo que no puse arriba porque es más mío que de los demás es el hecho de exponerse también en redes sociales. Las redes sociales te dan una especie de licencia para opinar cuando los post son públicos. Y en mi cabeza está perfectamente dividida esa brecha por lo que, cuando he subido fotos son las únicas opiniones que siento que debo recibir. El problema es que en la realidad no virtual también es así. Eres una foto de instagram caminante. Una selfie viviente. Entonces tienes que aprender a recibir todo lo que te digan a gusto, todo lo que quieran decir, los 'Likes' que te gustan, los 'comments' que no tanto. Todo esto por no ser  una rubia más, una pelinegra más. Y todos los días encuentro razones para no ser una más. Y me alegra no serlo.




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