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Voy a contar una pequeña historia ocurrida en mi adorada alma mater. En Colombia, hablar de moda es un tema poco relevante, aún sabiendo que es una de las industrias más rentables en el país. Y claro, hay temáticas que tendrían que abarcar un gran espacio en las conciencias colombianas cuando ocurren, pero por ello no quiere decir que podamos disfrutar de las que, más bien, nos cambian la realidad por un rato. Es así como un compañero decide que es buena idea traer a ciertas personalidades del mundo de la moda a la universidad para que hablen de esta industria, en medio de la celebración de La Semana de La Comunicación, donde abundan foros sobre política y economía. Y era la primera vez que se hablaba de moda, lo cual, considero, un gran paso. Cuando la historia me parecía formidable, apareció la parte incómoda: de los tres invitados que pensaba traer mi compañero, le impidieron traer a dos. Dos de tres, reduciendo el tiempo de las charlas a tan solo una hora ¿Algo en contra de la moda? Sin embargo no era así. Mi compañero me contó que, aunque no le habían dado razones de peso para declinar a sus invitados, él sabía lo que ocurría. "Es obvio, no los aceptaron porque son gays".

Sesgo. Por alguna razón jamás creí en el sesgo porque jamás lo vi. Pero que no sea explícito no quiere decir que no exista. Les voy a contar otra historia, un poco más corta. Un día, una monja en el colegio, la rectora, me dijo que en La Sabana jamás me iban a aceptar porque mis ideas no iban con la filosofía y la moral de lo que es la universidad. Un par de meses después le escribí que le deseaba lo mejor y que entre mucha gente que se presentó, yo había sido del 30% que había pasado. En tu carota horrible.

Y ahora entiendo a lo que se refería. Sigamos.

Voy a decir lo siguiente porque siento que sé de lo que hablo. Viví cinco años maravillosos de mi vida en los que estudié una carrera en medio de una calidad educativa inigualable y conocí personas que aprecio mucho, de todas las clases sociales, de todas las regiones, incluso de nacionalidades diferentes. Con beca y sin ella. En los que los tratos no cordiales eran lo anormal. En los que podíamos descansar en el pasto en cualquier parte porque así es nuestro campus. Sí, obviamente no todo es perfecto. No falta el mal humor de la ejecutiva en algún trámite. No faltan esas clases cuyo profesor no sabe dictarla. Pero realmente es mucho más lo que yo puedo decir que es positivo. Lo que ha ocurrido con los medios en las pasadas semanas, me parece desafortunado. Desafortunado, pero importante. Es una oportunidad para darle un paso al cambio. La universidad ha demostrado que de las crisis se sale. ¡Nos inundamos! ¿Recuerdan? Es como si nunca hubiera ocurrido, porque, las instalaciones quedaron incluso más lindas de lo que eran antes de la inundación. Ahora son un recuerdo hecho placas conmemorativas instaladas por todo el lugar.

Yo defiendo a la universidad porque creo en ella. Creo en ella más no en sus dueños. Y mucho menos en esos que se mezclan entre los directivos. No puedo estar de acuerdo con personas cuyas ideas del siglo XII sigan tan vigentes. Y claro, ignorantes informando a otros ignorantes y se volvió comidilla en medios de comunicación y redes sociales. ¿Cómo se les ocurre que los que mandaron a decir eso de los estudios sobre los homosexuales son los de la facultad de medicina? ¡La facultad de medicina de los años setenta, será!

Los tipos del Opus Dei no solo no creen en la homosexualidad como condición natural. Creen que el divorcio es un sacrilegio, un atentado a las buenas costumbres. Díganle eso a las personas que son maltratadas física y psicológicamente por sus parejas, aún cuando en el noviazgo se veían tan perfectos. Solo por dar un ejemplo. Y cuando pienso en esto, entonces le hallo la razón a la monja de mierda que me decía que no encajaba con las creencias de la universidad. Si es así, supongo que no deberían aceptar a más de la mitad de estudiantes. No deberían aceptar a los que no nos molesta el divorcio. No deberían aceptar homosexuales que quieren adoptar y a los que no. No deberían aceptar a los que creen en otras religiones o en ninguna religión. No deberían aceptar a los que creemos que la academia es para abrir la mente dando herramientas para pensar y no inculcando creencias llenas de ignorancia y de odio.

Y aunque quisiera yo, supongo que nada de eso va a cambiar. Las instituciones religiosas son tradicionales de esas que no se cambiar por su misma esencia de lo que implica. Lo mismo que sucede con la tauromaquia. Tradiciones cuyas razones a veces predominan sobre otras como las condiciones naturales, sobre otros conocimientos, otras formas de pensar. Sobre personas que quieren enseñarnos de temas que nos gustan, pero no pueden porque son gays. Su condición es superior a su conocimiento. Y hay que soportarlo así no estemos de acuerdo, para desgracia mía.

Ce-le-bra-tion

Llegué hace una semana a esta ciudad. El tan nuevo y esperado comienzo llegó menos simbólico, como los anteriores, es más un gran movimiento que implica cambiar el ciclo llevado durante cinco años. Debo decir que el balance ha sido positivo en un 90% y ando en esa luna de miel especial que solo se vive en la ciudad en la que se inspiraron Cortázar, Borges y los demás para construir maravillosos relatos sucedidos en estas coordenadas. Es de entenderles. Hay despliegue de magia en las esquinas de la Ciudad de La Furia que hace que uno se sienta un ser nuevo, envuelto en una extraña identidad adquirida, como si siempre hubiese pertenecido aquí. Entonces me dedico a recorrerla despacio, a apreciarla, a sonreírle porque ella me sonríe de vuelta.


Y si así va a ser el resto de mi nueva vida, ni me molesto en intentar cambiarla.


Y esta fue la primera canción que escuché al llegar.