Y por no terminarte a ti... quiero terminar conmigo.


 Me resigno. Tengo claro que hay que aprender a escoger las batallas. El problema es que no diferencio. Sé, eso sí, que te prefiero, a ganar la guerra. Entonces no importa, si me rindo en medio de la batalla. Si escojo el silencio. Te prefiero a ti antes de tener la razón aunque la tenga y dudo que sea el caso. Tan equivocada que vivo.

Si tengo que aprender a escoger las batallas prefiero enfrentar las internas, batallar contra mí es mi elección. Sin trincheras y con munición que como boomerang que retornan a mí y me aniquilen sin mostrar rastro. Así me pierda de a pocos, me pierdas de a pocos.

No tengo miedo a esconder las armas. Ni al amor, que es asunto de personas fuertes (Y no lo soy, de veras que no), ni a que te aburras de mis ires y venires y que algún día decidas la dirección contraria. Mi temor aquí es que, mientras me permitas vivir contigo, no me permito vivir sin ti. Mi guerra se acaba, pero apenas comienza.

Mi culpa


Así somos. Siempre acechando alrededor en busca de elementos para justificarnos. Y, está bien ¿no? si no actuáramos con propósito tendríamos el pase asegurado al hospital psiquiátrico. Lo malo es cuando el entorno encaja como justificación en acciones que las hacemos porque nuestra maldita regalada gana nos condujo. Pereza, negligencia, irresponsabilidad o lo que sea. Es un verdadero error cuando, en un intento por salvar la conciencia hacemos de las situaciones que nos rodean una partida de tetris. Y encajan, de forma absurda encajan.

Esa necesidad de justificarse y hacerse la víctima es la que genera la cadena de idiotas que no tienen la culpa de sus propias acciones. Entonces somos las víctimas de nuestro entorno. Pero por favor, si solo somos las víctimas de nuestro ego. Y aquí empieza la cadena, donde los demás pagan nuestras deudas.

Pero somos culpables. Somos culpables porque las excusas alcanzan hasta para justificar a los demás. Y pedimos perdón por lo no cometido. Por comodidad o porque no vale la pena. Y los menos dichosos tendrán que soportar que los nosotros, los culpables de verdad, les asignemos nuestros desdenes.

Hice una vez un experimento. Conduje la situación favor de mi interlocutor cuando había un error mutuo de comunicación. Me disculpé, esperando una disculpa de vuelta. Pero no, su pereza mental le impidió ver más allá de a situación presentada. ¿Debo culparme también por no hacer caer a la otra persona en cuenta de aquello?

Lo siento mucho, fue mi culpa.

Pero mi experimento no se quedó ahí. Pensé que pudo haber sido solo esa persona, que poco piensa más allá y de pronto necesita un empujoncito. Entonces me encontré en una situación similar con alguien más. Un hecho, ambos bandos tenían su cuota de culpabilidad. Volteé la situación y ¿Adivinen quién se terminó disculpando?

A lo mejor mi estrategia no sea la mejor, o puede que la pereza mental no permita que mis queridos amigos vean más allá de su enormecido ego aireado, en parte, por mis experimentos sociales. Perdón por eso. Es mi culpa... de nuevo. Y así la vida se me va en la facilidad, solo porque el boleto a culpalandia sale más barato.

Mis dudas crecen, porque no comprendo que nos lleva a actuar así, pero algo me dice que es una adoración al propio ser tan implícita que ni la notamos, por un lado, y por el otro, una fascinación por ver cómo se ensancha el ego el otro para mofarse de tal atrevimiento. Y ambas actitudes tienen su justificación y al final, todos somos igual de patéticos.

Ojalá tuviera la receta del fin a tales padecimientos culturales, pero debo temer que tengo que buscar primero la resolución de los personajes. Y por desgracia no la tengo. Por desgracia, prefiero parecer pasiva ante mis decisiones y que mis patéticas estrategias no lleven a ningún fin mientras me asigno más error del que cometí. No importa. Siempre será mi culpa.

Forever 21




Recurro al tiempo previo para que me regale un resumen ejecutivo de estos 21 años. Si dijese que son los mejor vividos estaría mintiendo, pero se siente tan bien llegar a este punto que agradezco a mi positivismo intermitente y a mi memoria selectiva, regalarme esos momentos bonitos a los cuales me aferro.

Toda una vida, la mía.

Y esta vida mía, que entre constantes y abrumadores cambios me rige, este año tuvo sus dolorosos y gozosos.
Tengo tanto por aprender, todavía.
Qué difícil. Pero sé que desde el último 4/12 todo ha sido para agradecer y crecer.

Entonces aprendí a dejar ir, a volver sin rencores, a disfrutar y luego del orden llegó el desorden y me entregué a la locura mezclada con melancolía, con azar, con pasión. Odie todo, pero amé todo. Pero fue más lo que amé.

Me queda pilotear este año. One minute at time. Happy birthday to me.