De nuevo



Ahora entiendo porqué no cerré el blog. Uno deja de sentir, deja de querer, deja de inspirarse. Pero nunca deja de tener la esperanza de recobrar todo eso gracias a alguien, volverlo palabras y volar otra vez. Dudé porque tenía miedo. Porque como no sentía, me aterraba no poder escribir algo que valiera la pena publicar.  "De los buenos sentimientos nace la mala literatura" dice Cortázar en el capítulo 24 de Rayuela. La frase nace en medio de una conversación entre La Maga y Gregorovius cuando Horacio se va en uno de sus arranques de existencialismo sin saber si los ríos metafísicos de los que tanto habla lo traigan de vuelta. La Maga le expresa que para ella es más fácil contar sus tragedias que sus alegrías a lo que Gregorovius responde con esta frase. Una de mis frases favoritas de Rayuela. Y una de las razones por las que no es fácil escribir últimamente.

Pero también entiendo porqué no hice mucho al respecto. Estaba tan bien que me resigné a ser fríamente feliz. A una comodidad con la que oscurecí mi maravilloso sentido de la irrealidad. Y la verdad no quería que cambiara. ¿Para qué? Puedo escribir otras cosas. Puedo escribir que soy feliz, que el sol brilla, que el viento me acaricia la cara y que no necesito nada más. Pero, como todo, ahora volví a mi papel de poeta no correspondida, de recolectora de recuerdos efímeros, de experta en excusas, de gestora de escapadas, de dueña de miradas coquetas, de sonrisas astronautas.

Y entonces entiendo que debo conservar el legado que dejaron mis ídolos y como típica tejedora de palabras, debo recurrir a escribir antes de hablarle, a regalarle versos a ese ser distante, a verle de lejos mientras me desarmo en medio de suspiros. A que la soledad me susurre que es un bien para la literatura volverse sopa de letras, porque de esto se trata, precisamente.

¿Masoquista? No sé. Yo estoy bien. Menos fría, pero bien. Siempre lo he estado. No duró mucho mi dicha de poder decir, no creo que esto me pase pronto. Pobre inocente, burlándose del amor, mientras sentados en Venus, Cortázar, Jairo Anibal, Neruda, García Márquez, Benedetti, Wilde, Poe y los demás precursores del amor escrito conspiraran para que me fijara en ese. En el menos adecuado. De nuevo.

Soy víctima de esto. Qué situación. Es el tipo menos adecuado del que he estado prendida de hilos de palabras. Estas, siendo las primeras para él mientras voy construyendo un muro que me aleja. Agh, es que los escritores somos así, armando murallas en vez de puentes, dejando del lado contrario a ese pedacito de cielo que nos inspira.

Me dedicaré a ignorar. A escribir hasta que la inspiración me lo permita. A verlo y no verlo y a sonreír. A pensar en esos luceros que tiene por ojos. A imaginar que ese podría ser el chico a quien podría regalarle avioncitos de papel, mariposas amarillas y nubes para que se convierta en mi cielo. A no comentarlo mucho como método literario factible y que con esa necesidad de compartir mi alegría, no haya más remedio de susurrárselo a las palabras, para que ellas se conviertan en mis cómplices.

Papelito



No sé porqué no lo noté antes. Tal vez ese era el momento preciso de darme cuenta. Pero supongo que aquel papelito llevaba varios días en mi maleta, a juzgar la fecha en que lo noté. A lo mejor por mi despiste natural no lo vi. O puede que aquel pedazo de hoja de cuaderno solo llevara unos momentos ahí, dejado por algún cartero improvisado y secreto sin que su destinataria lo notara.

Era un jueves de aquel semestre con clases de siete a diez que aunque divertida, me hacía madrugar más de lo permitido por mi reloj biológico. Como habían cancelado la clase de la tarde, llegué a mi casa antes de que la mañana se despidiera y el sol de medio día se posara sobre la sabana bogotana. Dejé mi maleta a un lado, ignorando la existencia del papelito. Sin embargo el momento de encontrarme con mi amigo papelito llegó un par de horas después, cuando tuve que abrir la maleta para buscar algo. "Ana, me gustas mucho. ¿Quieres salir conmigo?" me anunciaba el pequeño papel como en un secreto entre él y yo. Al final traía la firma de un chico que yo nunca había escuchado en mi vida. Pongámosle un nombre para la historia, digamos, Julian Andrade.

Me pareció muy tierno tan colegial acto. Colegial no, escuelero. Pero enseguida mi mente empezó a generar preguntas a aquella declaración de amorth escrita "¿Quién es Julian Andrade, ¡oh! chico al que le gusto?" "¿Cómo es eso que le gusto?" "¿A qué horas me despisté para que alguien fundiera ese inusual correo entre mis pertenencias?" "¿Cómo hago para responderle?" A pesar de eso, la curiosidad no era suficiente como para desvelarme, pero cada vez que me cruzaba con el papelito me preguntaba sobre aquel incógnito Romeo, deseando que algún día se me acercara, me dijera algo y no sé, a ver qué pasaba. 

Llego de nuevo el jueves y no hubo nada extraño. El profesor llamó lista muy a las siete de la mañana, pero no nombró a ningún Julian Andrade. Y entonces me olvidé del asunto porque el chico nunca dijo nada más y la verdad, yo ya tenía suficiente de cobardes. Además me inventé otras respuestas alternativas, como que a lo mejor era alguien bromeando. Entonces preferí no darle más importancia al asunto.

Pasó un año. Estando en una de las clases del semestre la profesora entre su lista llamó a un tal Andrade, Julian. Mi mente repitió ese nombre como unas veinte veces hasta que recordé el asunto "¡CLARO, EL DEL PAPELITO!". Mi reacción inmediata fue voltear a verlo, para encontrarme con aquel chico que alguna vez me había escrito que le gustaba. Y de hecho...

Lo recordé. Claro. Era aquel niño lindo, de pelo rizado, ojos acaramelados, alto y algo tímido que veía clase conmigo los sábados. Sospechaba que me veía mucho en clase, pero yo por no pasarme de ilusa, simplemente ignoré mis sospechas. Ah, y yo que siempre pensé que era muy lindo pero de esos lindos a los que uno nunca les dirá nada.

El resto de la clase no pude dejar de verlo desde mi ubicación estratégica. Quería decirle algo, no sé, preguntarle que si él era el dueño del papelito, si no era una broma, y si no lo era, porqué nunca me dijo nada en persona, que yo no muerdo, o no sin permiso. Entonces reiríamos, saldríamos a tomar un café después de clase, me contaría de su vida y yo de la mía, reiríamos más, le diría que siempre me parecío lindo, intercambiaríamos teléfonos, nos despediríamos con un gran abrazo y lo pensaría todo el día. Maldita sea, pude haberle gustado a un niño lindo-no-gay. Agh, aunque lento, como todos.

Pero no le pregunté nada. La experiencia me dice que a veces es mejor callar, tristemente. Además ya había pasado mucho tiempo. Así que inmediatamente la clase se acabó, salí de aquel lugar de poesía inconclusa hacia mi siguiente destino con el aprendizaje. En mi rumbo me lo encontré de frente, cruzamos miradas e intercambiamos sonrisas.


Tal vez...


He pensado mucho últimamente sobre el futuro de este blog. En estos últimos meses he perdido las ganas de  escribir sobre lo que suelo escribir acá, para ampliar mi mente, abarcar otros temas. Yo escribo bastante. Adquirí el hábito de escribir, lo adopté como necesidad. Pero últimamente escribo cosas que ya no caben en el blog. Que no me provoca mezclar con otros escritos, que iban cegados con razones sin sentido. Entonces quisiera empezar de cero, como muchas veces lo he hecho. Aún así me cuesta deshacerme de tantas cosas que hay aquí.

No, definitivamente no quiero eliminar este blog. No quiero eliminar el blog porque esto que escribí aquí me hace quien soy. Esa persona que prefiere escribir a hablar, a menos de que sea detrás de un micrófono dentro de una cabina de radio. Yo adoro escribir, para imaginarme un poco más cerca de mis ídolos literatos. Escribo porque el alma así lo requiere. Porque el corazón se queda en muchos de mis escritos. Solo que en este momento, no sería sincera escribiendo cosas que no siento en el blog. O cosas con las que no me siento identificada. O cosas más racionales. Que me dividen en dos personas.

Suelo escribir sin fines pretenciosos. Este blog fue creado así, sin intenciones de que lo lean muchos, sino dejándolo por ahí, para quien quiera venga y lo lea. Y por eso no todo lo que escribo lo publico por acá. Pero con el pasar de los días lo que escribía se iba haciendo menos para el blog.

A veces veo la entrada nueva en blanco y me da pánico porque me digo a mí misma, "mierda, no tengo qué escribir acá" o "esto que tengo pensado no sirve para el blog" entonces termino por cerrarlo, abrir un documento en Word y escribir otras cosas. Lamento estar perdiendo mi hermoso sentido de la irrealidad que aprendí de la mano de Cortázar y Benedetti. Lo lamento mucho. Pero es que han pasado muchas cosas, conversaciones y personas que me han hecho reflexionar sobre lo que hago y lo que quiero ser. Y escribir es de esas cosas que soy. No de esas que hago sino de esas que soy. De esas que tengo muy claras.

Y ya que estoy aquí, después de tratar de entenderme por medio de palabras, creo que no haré nada al respecto. No me desharé de mi blog. Lo conservaré y tal vez de vez en cuando escriba en él. No tan seguido. Menos personal. Tal vez abra un blog nuevo, lleno de estupideces varias, de otras cosas. Quedémonos aquí. Conservemos este pedacito de cielo. Quiero recuperar mi maravilloso sentido de la irrealidad.