Papelito



No sé porqué no lo noté antes. Tal vez ese era el momento preciso de darme cuenta. Pero supongo que aquel papelito llevaba varios días en mi maleta, a juzgar la fecha en que lo noté. A lo mejor por mi despiste natural no lo vi. O puede que aquel pedazo de hoja de cuaderno solo llevara unos momentos ahí, dejado por algún cartero improvisado y secreto sin que su destinataria lo notara.

Era un jueves de aquel semestre con clases de siete a diez que aunque divertida, me hacía madrugar más de lo permitido por mi reloj biológico. Como habían cancelado la clase de la tarde, llegué a mi casa antes de que la mañana se despidiera y el sol de medio día se posara sobre la sabana bogotana. Dejé mi maleta a un lado, ignorando la existencia del papelito. Sin embargo el momento de encontrarme con mi amigo papelito llegó un par de horas después, cuando tuve que abrir la maleta para buscar algo. "Ana, me gustas mucho. ¿Quieres salir conmigo?" me anunciaba el pequeño papel como en un secreto entre él y yo. Al final traía la firma de un chico que yo nunca había escuchado en mi vida. Pongámosle un nombre para la historia, digamos, Julian Andrade.

Me pareció muy tierno tan colegial acto. Colegial no, escuelero. Pero enseguida mi mente empezó a generar preguntas a aquella declaración de amorth escrita "¿Quién es Julian Andrade, ¡oh! chico al que le gusto?" "¿Cómo es eso que le gusto?" "¿A qué horas me despisté para que alguien fundiera ese inusual correo entre mis pertenencias?" "¿Cómo hago para responderle?" A pesar de eso, la curiosidad no era suficiente como para desvelarme, pero cada vez que me cruzaba con el papelito me preguntaba sobre aquel incógnito Romeo, deseando que algún día se me acercara, me dijera algo y no sé, a ver qué pasaba. 

Llego de nuevo el jueves y no hubo nada extraño. El profesor llamó lista muy a las siete de la mañana, pero no nombró a ningún Julian Andrade. Y entonces me olvidé del asunto porque el chico nunca dijo nada más y la verdad, yo ya tenía suficiente de cobardes. Además me inventé otras respuestas alternativas, como que a lo mejor era alguien bromeando. Entonces preferí no darle más importancia al asunto.

Pasó un año. Estando en una de las clases del semestre la profesora entre su lista llamó a un tal Andrade, Julian. Mi mente repitió ese nombre como unas veinte veces hasta que recordé el asunto "¡CLARO, EL DEL PAPELITO!". Mi reacción inmediata fue voltear a verlo, para encontrarme con aquel chico que alguna vez me había escrito que le gustaba. Y de hecho...

Lo recordé. Claro. Era aquel niño lindo, de pelo rizado, ojos acaramelados, alto y algo tímido que veía clase conmigo los sábados. Sospechaba que me veía mucho en clase, pero yo por no pasarme de ilusa, simplemente ignoré mis sospechas. Ah, y yo que siempre pensé que era muy lindo pero de esos lindos a los que uno nunca les dirá nada.

El resto de la clase no pude dejar de verlo desde mi ubicación estratégica. Quería decirle algo, no sé, preguntarle que si él era el dueño del papelito, si no era una broma, y si no lo era, porqué nunca me dijo nada en persona, que yo no muerdo, o no sin permiso. Entonces reiríamos, saldríamos a tomar un café después de clase, me contaría de su vida y yo de la mía, reiríamos más, le diría que siempre me parecío lindo, intercambiaríamos teléfonos, nos despediríamos con un gran abrazo y lo pensaría todo el día. Maldita sea, pude haberle gustado a un niño lindo-no-gay. Agh, aunque lento, como todos.

Pero no le pregunté nada. La experiencia me dice que a veces es mejor callar, tristemente. Además ya había pasado mucho tiempo. Así que inmediatamente la clase se acabó, salí de aquel lugar de poesía inconclusa hacia mi siguiente destino con el aprendizaje. En mi rumbo me lo encontré de frente, cruzamos miradas e intercambiamos sonrisas.


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