Rehabilitarse pt. 2: El aguacate


Este escrito tiene primera parte, que se puede leer aquí.

Como un descubrimiento arquimédico me di cuenta que mi fruta favorita es el aguacate. Sí. El día en que sucedió estaba con mamá, a eso de la hora del almuerzo. Expresé mi hallazgo con entusiasmo, más para mí que para ella. Eureka. Ese día comprendí que estoy encontrando respuestas. Mis dos mitades se empiezan a poner de acuerdo. Tal vez no me era ésta una cuestión que me torturase en las noches, digamos, pero significaba algo: me acercaba a descifrar otras certezas más relevantes.

Verán, no es tan fácil. Es que para empezar, rehabilitarme ha sido exactamente eso, tratar de encontrarme a mí misma entre una madeja de conexiones neuronales fallidas. Ahí, más allá de los traumas y miedos y de la introspección en la que me alojé desde hacía un tiempo. Una respuesta, por muy aguacate que sea, es algo que me acerca a ese encuentro con aquella que se escondió y hay que encontrar a punta de pinchazos de aguja, terapias y medicamentos.

Gracias a este proceso he entendido que no soy mi patológica enfermedad mental ni sus trastornadas derivaciones, ni las crisis, ni los ataques de pánico. También que hay cosas que subyacen en el inconsciente y que por algún detonante afloran hacia el consciente y que eso no está mal. Que la gente va a ser cruel, aún cuando les explico. Que tengo miedo a ciertas cosas. Que quería controlarlo todo sin saberlo.

Lo importante es que de la nada algo en mi inconsciente hizo clic. Alguna razón, ello que me desdibujó desde el subconsciente empezó a regresarme mis trazos, y de repente, si alguien pregunta, escojo al aguacate sobre cualquier otra fruta, incluso sobre las uvas chilenas. Boom. Las respuestas están donde menos se les espera. No estoy segura, ahora que lo pienso, si la rehabilitación hizo eso, si yo lo hice o si estoy tan perturbada que ya me hablan los aguacates.

Imagen de: Olivier Miche