Toro

Este día que ya pasó junto a la noche que llega no se destacan en buena postura. Últimamente no me faltan días así, pero éste fue el que abasteció el vaso por completo. Y en este caso no por optimista, sino por estúpida. Así reaccioné a mis demonios, con el propio monstruo que engendré y abracé, a punta de miedos, inventos y sentimientos. Y me arrepentí, porque la que vi reflejada en actos fue esa que había dejado atrás hace mucho. En conclusión: El trabajo de años refutado en un par de segundos.

Qué asco.
A veces me cuesta vivir.

Entonces decidí ponerme frente al toro y embestirlo. Porque no puedo dejar que su bovina presencia interfiera con mi pequeña humanidad. En tamaño es más grande y aparenta ser más fuerte, pero en cuestión de peso mental me subestima. Y así, con elegancia y sin miedo, tomé mi capa roja y resumí enfrentarlo. Prosigo. Veo sus ojos tan rojos como mi rabia y tan negros como mis intensiones. Y veo mi reflejo. No por el brillo, sino porque ahí hay una parte de mí. La detesto con toda mi alma. Lo noto, mi primer olé.

No solo soy mi propio toro, sino que soy mi propio público. Con emoción me regalo un aplauso. Sonrío. El primer plazo para enfrentar el problema es ser consciente de él y yo soy consciente de mi toro. Vuelvo al ruedo con ganas de seguir en camino a la victoria. El toro sonríe. Sabe que es parte de mí. Sabe que nunca lo he despojado del todo. Se abre camino con las ventajas.

Ve la oportunidad acorralarme y lo hace. Ahora lo noto y se desvanece mi entusiasmo ¿para qué continuar? Al final soy más sentimientos que carne. Soy un mismo ser con el toro. Pero algo me dice que el toro no es lo que parece. Es que mírenlo, su negro ser inspira cosas más allá de la maldad. Se detiene y me observa. Su pelaje es fuego. Ahora no quiero enfrentarlo, quiero seducirlo, negociar con él. Tomar lo que me conviene y vivir con eso. Tengo que trabajar para que se aleje.

La cosa es que... a este toro no quiero matarlo porque estoy en contra del maltrato animal, que por cierto
me ha impedido patear sapos, envenenar ratas, pisotear venenosas culebras, amedrentar cerdos, acribillar burros. Me ha alcanzado para espantar uno que otro perro, eso sí.

El toro no es solo un problema. A veces me rinde culto y saca lo peor/mejor de mí. Soy la arpía que nunca admití que quería ser gracias al toro. Me zarandeo en medio de burlas maliciosas, comentarios brutalmente sinceros. Le saco mucho provecho a lo que me sirve. Y hago lo que me corresponde, obviamente. Yo no sé si es porque estoy sensible que todo me aturde, o porque soy un ser tan de otro mundo que no soporto a los de este. Pero aventajada que soy, yo disfruto. Ser mala me da un poder especial. Abrazo al toro cuando éste me trae los beneficios del lado oscuro.

Él me recuerda las ventajas de ser de tener corazón de mármol. De querer con límites y no al punto de protagonizar mi propio chickflick. ¿Qué me pasó? Ah, sí. Él me pasó. Ellos me pasaron. Eso me pasó. Pero no tienen la culpa. Yo y esta forma de querer en forma desmedida a la gente. Yo y esta forma de entregarme en cuerpo y alma a mis funciones. El toro sabe cómo alimentarse.
 
El toro y yo nos vemos con cierto entusiasmo. Conocemos ambos la guerra por igual, conocemos el camino.
Sabe que debemos hacer algo para vivir los dos en paz. Sabe que somos ese rico intermedio entre la bondad y la maldad, la autenticidad encarnada, el toro sabe que no quiero invertir más en los minutos equivocados. Que quiero vivir sola o acompañada, pero sobre todo acompañada. Que quiero amar, y quiero amar sin miedo.

Y sabe que lo haré.
Que si no se porta bien, le cortaré las orejas.

Listen to Noel, Annie. Don't look back in anger.