Desdúdame



Cansada y agobiada. No sé cómo más describirlo. Agrégale un toque de desilución y una pizca de remordimiento. Y tristeza, el ingrediente que le da el sabor. Ah, sí. Sentimientos que duelan al gusto.
Así me siento cada vez que mis impulsos no conocen prisa. Como si repitiera una receta en la que ya soy experta.

No entiendo porqué mejor no me resguardo en el silencio. Calladita me veo más bonita. Pero mi espíritu de aventurera siempre diciéndome que mi próxima hazaña será diferente y termino por lanzarme al vacío. Y sí, con paracaídas, pero es que jamás caigo donde quiero. Es más, el error es tan común que es como si preparara mi receta mientras desciendo en el paracaídas. No me basta con el desastre que armo, para desear que me sepa a rico. ¿No se acuerda, señorita Annie, lo mala que es en la cocina?

Y no.

Carajo, a veces soy demasiada tinta para esta historia. Mi amnesia temporal es en todos los sentidos y no hay cura para mi miopía del alma. ¡Qué niña más ingenua! Es que así no funciona. Hay que callarse y darle al otro lo que quiere. No mostrarle tanto. ¿Para qué? Al final a nadie le importa como me terminaría importando a mí.

No esperar.
Es lo único que debería y lo que no hago. Hacer todo mal me sale tan bien, que lo consideraría casi un arte. Y como esperar es lo que peor me sale, entonces es en lo que más reincido. Espero y no sé qué espero. Que el mundo cambie y que lo haga por mí. ¡Qué niña más ilusa!

Y como todo se me olvida, probablemente aparezca un escrito de lo feliz que soy en medio de mi dosis de errores usuales. Ahora no. Ahora quiero llorar y quejarme y decepcionarme. Lo que yo necesito es un cambio de conciencia, a ver si algún día cambio de receta.

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