El sonido de la lluvia



Como haciendo literatura con la vida, decidí correr mi cama hacia el lado de la ventana. Al no haber mucho tráfico afuera, solo se escuchan voces de personas distantes, a veces pajaritos a deshoras y otras veces mi respiración y sí, uno que otro carro que me recuerde que estoy en la civilización. Y por eso, la verdadera razón por la que por mi propia cuenta moví aquel pesado arrume de madera armada para uno hacia la ventana, fue para escuchar el sonido de la lluvia.

Me gusta el sonido de la lluvia, tan inconstante, tan incierto, pero tan melódico y poético. Es la orquestación perfecta para cualquier evento en la vida, solo hay que darle el significado adecuado y encajará como banda sonora. Es más, si se le presta atención suficiente es como si las gotitas al caer dijeran algo y con una pizca de experiencia uno llega a entenderles. O con algo de literatura en el corazón, no sé. Y corrí la cama justo por eso, porque la lluvia me inspira poesía, como si en cada gota hubiese un pianista arrullando mis sueños o amenizando los momentos que paso en mi cama. Lo lindo de que en Bogotá llueva mucho es que se parece a París. Y París es la cuna de toda la literatura más influyente. Y la lluvia debió ser background music de muchos de mis escritores favoritos. Y por eso me gusta la lluvia.

A la vez que moví la cama para tener a la lluvia más cerca, verla por la ventana, escucharla y conversar con ella; se movieron también los fantasmas de las angustias pasadas. Al acomodar la cama, tuve que también acomodar el armario, la mesita de noche y otro mueble al que no sé qué nombre asignarle. Mejor dicho, cambié todo de sitio -pero el sonido de la lluvia lo vale- y con ello, boté a la basura papeles, pendejadas varias y recuerdos que ya no servían. Al ser una habitación pequeña con muchas cosas en ella me tomó bastante tiempo asignarle a cada cosa su espacio, pero finalmente logré organizar todo para que mi mundo y yo conviviéramos en ese orden de habitación de universitario que vive solo, ese que dura dos minutos.

De ese revuelto que armé en mi habitación puedo rescatar estos puntos:
1. Mover tantas cosas se le lleva el tiempo y conforme el tiempo se mueve, se mueven con él muchos recuerdos de todo tipo.
2. Organizar la habitación de forma diferente es como organizar la vida de forma diferente, liberarse un poco de la monotonía.
3. Botar las cosas que no sirven es como botar esa parte del pasado que en el presente no sirve.
4. Encontrar cosas refundidas en cajones, en rincones que se vuelven agujeros negros temporales hacen recordar el porqué es que uno está aquí y porque sigue aquí y de aquí, para dónde es que se va.
5. Hay cosas que tienen que ir a la basura pero tienen esa carga sentimental que podría romper la bolsa y por eso se quedan con uno...
6. Uno no sabe lo que tiene (y ya no tiene) hasta que organiza el cuarto.

Al terminar después de dos días, caí en mi cama rendida, pero con el sonido de la lluvia que me susurraba que todo había valido la pena o que me sugería que vivo en Bogotá y que aquí llueve bastante. Pero que más que un ejercicio poético de literata lunática, yo había acabado de hacer todo un ritual exorcismo. A pesar de que me quedan dos meses en esta habitación, siempre será bueno organizarla de forma diferente, organizar la cabeza de forma diferente, cambiar la cama de lado, cambiar otra vez las cosas de sitio, cambiar, como quien se la pasa cambiando en todos los aspectos en la vida, como quien no se acostumbra, como soy yo. Cambiar, cambiar, cambiar. Al final lo único constante en la vida es el cambio. Cambiar mientras se escucha el sonido de la lluvia.

Además de oírla, a mí me gusta sentir la lluvia.
De no haber patrones sociales en los cuales uno tenga que estar seco todo el tiempo
o de no tener efectos secundarios en cuestiones de salud
a mí no me molestaría andar por la vida sin sombrilla.

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