Se subestiman realidades. Barato, barato. Se pierde hasta la fe y uno camina. Como por inercia. Avanzas. Nadie es lo que parece. Nada vale. Avanzas. En un momento empieza a derramarse el cielo a plena marcha, como si se hubiese dado cuenta del preciso instante en que tu pie derecho hace la intersección sobre la mitad del puente peatonal. Gotitas congeladas (l-i-t-e-r-a-l-m-e-n-t-e) se ensañan contra ti como recordándote que estás así porque lo mereces. Hay que avanzar. Un poco de agua es nada, para lo que se ha vivido hasta aquel empapado viernes. Dónde le caben tantas desilusiones a metro sesenta. 40 de esos 45 kilos deben ser nubes. Ay. Avanzas como a quien no le importa. Y esperas. Llueve, llueve, esperas. Vas tarde. Llueve. Esperas. En otro momento una sonrisa también mojada, se esboza hacia ti. Hola, vas para la universidad. Sí y voy tarde. Si quieres te llevo bajo mi sombrilla. No, qué vergüenza. No, no te preocupes, vamos. Bueno, gracias...  Y avanzas. Y no es tan malo, de pronto. O puede ser muy malo, pero qué importa; un amable extraño ha compartido su pequeña sombrilla con una emparamada incauta. Sin mayores pretensiones. Existe gente así. O era una alucinación con sombrilla. Se puede avanzar. O era real y a lo mejor le pareciste linda, o muy desdichada en la vida. Es lo de menos. Avanzas. Se subestiman realidades. Barato, barato.


Imagen tomada de aquí.

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